lunes, 8 de noviembre de 2010
Tu atalaya...
Allí dejamos un clavel rojo, erguido sobre un lecho de piedras... un clavel rojo, de esos que tanto te gustan...
Y después contemplé la estampa que divisas todos los días.
Tu pueblo marrón, a cobijo entre ásperas sierras que acunan tus silencios.
El paisaje pardo, callado y quieto, salpicado de verdes de una vega invitada a una fiesta de colores descoloridos.
Padre, ya se marchó la cigüeña. La cigüeña que anidó en la chimenea de la vieja fábrica de alcoholes... y no, no te dijo adiós.... porque volverá a sobrevolar tus montes y tus cielos... para que tu la divises desde tu atalaya, y se lleve en su vuelo tus versos tan rebosantes de tiempo como desnudos de vida...
Y mientras, cada noche, llegarán a visitarme tus consejos y palabras hechos verso... pero ya no tendrán tu voz... vendrán vestidos con la recia voz de los paisajes que tanto me enseñaste a querer... y cuando escuche su susurro, lloverán mis lágrimas sobre el manto de esta tierra que un día, también abrazará mi cuerpo...
(...)
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